Volver a Blas de Otero

Mañana, o pasado mañana, pero de 1979, moría en Madrid el poeta Blas de Otero. El que anunció, entre otros versos, aquello de que «escribir es sonreír con un puñal hincado en el cuello». Pasaron años, muchos, en los que este hombre sólo fue una sombra, un rumor lejano, una voz que crujía a lo lejos. Una larga llama de silencio. Pero hoy vuelve a resonar su poesía completa (recuperada por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) cuando más se necesita a ese incalculable escritor de lo callado, al defensor de tantas libertades agotadoras en un país que tiende a ser, en sus horas más extremas, áspero oficio de tinieblas.

A un poeta no se le celebra como una luz apaisada, sino como una mañana completa. Y eso es Blas de Otero cuando la nocturnidad acecha. Un hombre claro, un aullido limpio, un decir aquí estamos. Sin asustarnos. A lo que venga. A mí me alegra escribir hoy este artículo, aunque se me haya hecho tan tarde en la tarde, porque es para hablar en voz alta de la huella de un poeta auténtico, quizá de un hombre triste que adivinó verdades donde otros sólo aciertan a embarrarnos la vida.

Blas de Otero, el vizcaíno, el ciudadano de izquierdas, fue un español por otros medios. Un gran escritor al que la muerte no ha logrado domesticar, ni reducir a canción de anuncio, ni a eslogan de camiseta. Quizá porque dice cosas de estas: «Si he perdido la voz en la maleza,/ me queda la palabra».

Conviene leer a Blas de Otero y esa larga meditación integradora de su escritura. Los poemas de amor a Sabina de la Cruz y los poemas de España sin venganza. Las dudas y los miedos. Los desamparos que deja Dios. Y siempre con un idioma limpio para pedir «la paz y la palabra». Pero no esa paz que reclaman las misses con las tetas por fuera, sino como lo hacen esos tipos, tan escasos, que viven para mañana, que escriben para nosotros con algo de hallazgo integrador e incalculable. La poesía del siglo XX sigue estando en deuda con Blas de Otero. Una deuda que no se acaba, pues a cada golpazo de luz hay una nueva revelación, una verdad que viene entera, una forma extraordinaria de decir la vida de otro modo. De cantarla como un desafío. Pues, al final, hay en todos los hombres buenos un violento violentar.